lunes, 28 de julio de 2008

A la policía se le respeta

Dicen que se le respeta y que son la ley, sin embargo, cada día que pasa me doy cuenta que la vida real te dibuja algo totalmente diferente.

Era viernes y para celebrar el fin de semana, saliendo del trabajo, nos fuimos a tomar unos piscos sour al bar que muchos catalogan como la casa del trago bandera: el Hotel Maury. Está ubicado a dos cuadras de la Plaza Mayor de Lima y fue uno de los hoteles más respetados y lujosos de Lima cuadrada de hace unos 20 o 30 años. Ahí reposa, con todos sus recuerdos, su bar. En donde es imposible no imaginarse puros en las manos, sombreros altos, bastones, smokings y música clásica alrededor. Fácilmente podría oler a naftalina, pero la manera de cómo se renueva su público lo hace rejuvenecer día a día. Acoge comensales de todas las edades. La primera vez que llegué a tomarme un pisco en una de sus mesas, tenía 19 años, y en la última vez que fui, me crucé con señores de 60. Mucha diversidad. Pero bueno, me estoy alejando de mi historia. Divago con facilidad.

Después de tomarnos unos 3 tragos, nos retiramos a nuestros hogares. Esperé a que mis amigos salieran del trabajo y nos fuimos a comer. Chifa eligieron y al Wa Lok de Angamos en Miraflores llegamos. Eran casi las 12 de la noche y nos atiendieron con las justas. Después de comer como cerdos, buscamos unas cervezas. Todo estaba lleno por Miraflores y terminamos en Barranco. En una casa vieja a la que ya había ido antes a tomarme unas cervezas. Esta era su última velada. La iban a derrumbar y era su despedida. Fiesta demolición. Nos prometieron que sería un tono tropical, con chicas selváticas y ritmos como los Mirlos o Juaneko, y no escuchamos nada de eso. Tampoco era que moríamos por esa música, tan solo queríamos algo de movimiento. Tres cervezas entre 6 personas y yo ya estaba muerto de cansancio. Se me cerraban los ojos y decidí irme. Manejé hasta Magdalena para dejar a un amigo y regresé a Miraflores para dormir. Eran las 2 de la mañana y a unas cuadras de mi casa, cuando le colgaba el teléfono a Pia, mi mejor amiga que me llamó para reclamar por mi ingratitud en los últimos días, escucho las sirenas de una camioneta de policía. Deténgase.

Papeles. Ahí está todo. El brevete, la tarjeta de propiedad y el Soat. El Soat lo acabo de comprar (felizmente mi papá se percató cuando le dejé el carro en mi último viaje y me lo compró). ¿Sabía que está prohibido hablar por teléfono mientras maneja? Claro que sí. Era una urgencia. ¿Y ha tomado, no? No. Sople. Ha tomado. Un vaso. Hágame la prueba. Ya. Hagámoslo más rápido, cáete con un sencillo sobrino. No tengo plata (le mostré mi billetera y efectivamente, no había dinero, puras deudas). ¿Y ese billete? En medio de todos mis papeles se escapaba la puntita de 50 pesos argentinos falsos con el que me estafaron cuando viajé a Argentina. Estaba doblado y el policía no titubeó en llevárselo. ¿Cuánto me dan por esto? Son 50 soles jefe. ¿En serio? ¿Tienes más? (miró en mi billetera y jaló dos billetes verdaderos de cinco pesos) Me dio risa su descaro para pedir las cosas y lo angurrienta que suele ser la ley en nuestro país. Se lo dí, me despedí cordialmente y aceleré. Nunca doy dinero, prefiero la papeleta, esta ha sido la segunda vez que hago eso, pero en fin.

¿Está bien que me haya dado risa o me debió dar pena la forma desesperada con la que me rogó por dinero? Ahora ese policía se debe estar mirando al espejo repitiendo: "soy un imbécil". Pues sí, lo eres. Tú y toda tu gente.

sábado, 3 de mayo de 2008

Xenofobia


Estuve en Bolivia algunos días. Entré por tierra y me regresé en avión. Durante los días que estuve ahí, la pasé bien. Tiene paisajes relajantes y actividades que hacen que no te aburras, sin embargo, cuando entré y salí fui recibido y despedido por las peores personas que existe para cumplir esta noble tarea de recibir y despedir a los turistas, algo importantísimo para que los visitantes se sientan cómodos, regresen y recomienden el país a sus amigos. Antes de ir, había escuchado la poca amabilidad de nuestros hermanos bolivianos, no pensé que fuera tan fuerte esta xenofobia, envidia o no sé qué sentimiento que hace que traten mal a los peruanos.

A la hora de entrar. Llegué por el Titicaca, hice el papeleo respectivo en la frontera peruana, terminé y fui a hacerlo al otro lado. "Tú no eres peruano. Tú eres chino. Tus apellidos son Lo y Lau. Me estás engañando", me dijo la persona encargada. (Ignorante). Mientras le trataba de explicar a este hermano "sin mar" que es posible que un "jalado" sea peruano, entraba Fernando Fujimoto, con quien viajé para hacer los reportajes. Él, como se darán cuenta, es un descendiente de japonés que también tiene DNI peruano, nos creyeron menos. Pero ante tanta insistencia nos dejaron, en mala gana, hacer los papeleos. Mientras llenábamos los formulários, cada dos minutos, se nos acercaban otros amigos "sin salida" a murmurarnos: "Japón. Japón", en un tono burlesco, tratándonos mal. Pésimo inicio. Entramos de mal humor.

Estuvimos cuatro días en Bolivia. No tuvimos mayor problema. Solo un taxista sin tacto que apenas nos sintió el acento peruano, nos empezó a bromear como sus íntimos amigos. "¿Los peruanos comen solo pescado, no?" (¿No será que ustedes solo conocen la trucha? Si les mencionas al lenguado piensan que los estás insultando). "¿Qué hacen dos hombres solos? Deben patear con las dos piernas" (Tan bruto es el taxista que no entendió que estábamos trabajando, no de paseo, cuando se lo explicamos minutos antes). "¿Quieren ir a divertirse con chicas o con chicos?" (Continuó este tarado que parece que a las justas sabe sumar sus pocos bolivianos -su moneda- que vale muy poco). Felizmente, la carrera, que costó 15 bolivianos, terminó.

Cuando salimos del país, fue lo peor. Gracias a que cerraron todo el centro de la ciudad por una maratón que congregó más policias que participantes, llegamos con las justas al aeropuerto. Después de chequearnos y dejar nuestras maletas, fuimos directamente a la sala de embarque. El de la puerta, un grandote con cara de culo, no nos quería dejar pasar, alegando que la hora de nuestro vuelo ya se había pasado. Tuvo que venir la representante de Taca para que nos deje entrar. Una vez superado ese inconveniente, en migraciones nos pararon a Fernando y a mí. Mostramos nuestros pasaportes, un poco apurados por el vuelo. La de Taca estaba a nuestro lado tratando de apurar todo. "Ahhhh... peruanos...". "¿Qué han venido a hacer acá?". "¿Cuántos días?". A pesar de que le mostramos nuestras credenciales del diario en el que trabajamos, no nos quiso dejar tranquilos. "¿Por qué tan nerviosos?, ¿ya se quieren ir?, ¿qué esconden?". Este personaje que brillaba por su ignorancia y pésima predisposición para ayudar y sumar, no se percataba que el avión nos estaba esperando. "Al cuarto", nos dijo con tono encarador (ese cuarto igualito a los vestidores de las tiendas de ropa al peso que hay en Larco). Entramos y ni nos revisó. Palmeó mis piernas y me dijo que me vaya. Duré tres segundos en ese rectángulo de triplay. Si quería toquetearme, lo pudo haber hecho en frente a todos. Yo tenía ganas de pegarle, pero estas personas se aprovechan de ese momento, en el que, lamentablemente, son la autoridad. Finalmente, llegamos al avión, arrancamos y pisamos Lima.

Me gustó Bolivia, lo recomendaría, es más, lo recomendaré en el periódico en el que trabajo (El Comercio), pero solo como experiencia. Porque las personas tienen que ir a conocer su continente, el mundo que habitan y Bolivia debe ser un lugar de paso obligatorio, sin embargo, el trato que te dan muchos bolivianos, hacen que no te den ganas de volver. Me encantó Bolivia, sus paisajes, más no muchos de sus pobladores. Es para ir, pero solo una vez. Antes de viajar ahora, pensaba tomar como parte de mi ruta de mochilero por Sudamérica, que haré en los últimos meses del año, a Bolivia, pero ya no. Prefiero irme por Chile. Aunque los chilenos, por lo que me han contado amigos que han pasado por la frontera, tampoco son muy amables. Ya no quiero ver más bolivianos, ni toparme con las personas que tratan mal a los demás.

Espero que esos maltratos no continúen en las fronteras ni en los aeropuertos de ningún país, ya que son los puntos donde deben estar las personas más capacitadas, que sepan recibir y despedir con amabilidad a los visitantes que están haciendo que entre más dinero y que se haga más conocido su país. Por mi parte, de turismo, no volveré en un buen tiempo a ese país. Algo que me da pena, pero prefiero sentir pena que fastidio.

miércoles, 16 de abril de 2008

Nuevo hermano

Días de malecón acaba, hace unos 10 minutos, de tener un nuevo hermano. Se llama Todo Tenis y está publicado, junto con otros renombrados blogs, en la página web de El Comercio. Como se darán cuenta la temática es distinta, pero no dejaré de escribir en esta página. No abandonaré Días de malecón, aunque tengo que ser sincero, lo he dejado de lado un poco. Sin embargo, no lo he olvidado. Así que métanse a leer más seguido y comenten en Todo Tenis (http://blogs.elcomercio.com.pe/todotenis/).

P.D.: Ya se vienen más novedades en esta página...

miércoles, 26 de marzo de 2008

La ciencia de los sueños

Era la última semana de clases. Solo faltaba dar un examen final. El de lengua. Era nuestro primer año en la universidad y todos habían jalado un par de cursos. A lo lejos vi algo que se movía extrañamente. Esa fue la primera vez que vi a Franchute. José Francisco Carreño Solís. Alto, moreno, bembón, ojos marrones y desorbitados e inocentes, pelo negro duro por la resina y el gel, con una raya bien definida a un costado. Siempre con terno. Tiene de todos los colores. Azul, verde, morado, celeste. Todos setenteros. De esos que de lejos ya huelen a naftalina. Adornados con corbatas delgadas, desgastadas y arrugadas.

Ha ido y sigue yendo a la universidad desde hace 15 años. Ha ayudado a decenas de personas de diferentes especialidades y edades. Todos lo conocían en la esquina de la sala de lectura de la biblioteca central. Parado ahí. Mirando a todos. Sin decir nada. Una vez que cualquiera se le acercara era inevitable hacerte su amigo. Buena onda. Inocente. Buen amigo. Algo transtornado, pero de buen corazón, como pocos en este mundo.

No lo conocía. Solo de vista. Más adelante lo conocería. A mí no me tuvo que hacer ningún favor, tampoco llegué a ser de su grupo cercano de amigos. Sin embargo, veía cómo se preocupada por ellos. Los ayudaba a hacer los trabajos finales, se metía a la biblioteca, les sacaba todos los libros que necesitaban, les hacía la mayoría de los resúmenes, hasta les compraba las empanadas en la cafetería. Un todo terreno.

Quería ser diplomático. Sus intenciones de entrar a la escuela diplomática se mantuvieron intactas. Lamentablemente nadie le dijo que eso sería imposible sin una buena vara o un largo apellido. Si no tiene ninguna de las dos (su caso) sería imposible. Pero él seguía batallando. En las cafeterías y en los jardines de la universidad, en el micro, en la sala de su casa, en el paradero, los siete días de la semana y las 24 horas del día. Mientras que en sus tiempos libres ayudaba a algún zángano con sus tareas.

Pasaron los años y él seguía ahí, en la universidad, en sus salones, en su biblioteca, en los jardines y en el paradero de los micros. Los años no han pasado para él. Un día, resaqueado y con un cigarro en la mano, me lo encontré. Ya no vestía su terno, sino zapatillas, un buzo y un polo bien gastado, como si hubiera terminado de jugar pichanga. Había salido a correr, ya no iba a la universidad, no le interesaban los libros y todo lo que había aprendido, lo estaba desperdiciando. Con los ojos rojos y el rostro empapado me confesó que ya se había desanimado, para él todo fue más complicado, ya no quería ser diplómatico. Estaba decepcionado de la vida o, mejor dicho, de la vida que le tocó vivir. Siempre soñó con ayudar a los demás. Ahora, no quería saber de nadie. Tenía planes de hacer un negocio. Importar ropa de China. Le deseé suerte y me fui.

Hace unas semanas lo volví a ver. Estaba en terno, uno nuevo. Negro. Elegante y fino, con una corbata negra, camisa blanca, bien planchada. Gemelos dorados que hacían resaltar sus mangas como si fuera la de un príncipe. Estaba dentro de un ataúd. Lo atropelló un carro cuando estaba yendo a recoger unos papeles a la universidad, después de haber llegado a un acuerdo con un empresario oriental. Todo fue tan jodido, que no sé qué pensar. Mi mente se mantiene en blanco y cuando lo recuerdo, sonrío por su cara de pavo. Pero también me da pena. ¿Él desperdició su talento o somos nosotros los que no lo aprovechamos?

La vida es tan jodida que ya no se sabe qué hacer. Si buscar cada día ser mejor, luchar por tus sueños, pelear hasta lo último (como intentó él) o simplemente dejarse llevar, si igual, al final, todos iremos a parar al mismo hueco, con los mismos gusanos.

miércoles, 19 de marzo de 2008

¿¿Y la miss??

Durante los festejos de la Vendimia de Ica 2008, yo, un bufón cualquiera, tuve el placer de conocer a una de las reinas de la Vendimia. Mientras ella y las demás se dedicaban a pisar las uvas, yo la miraba atentamente, cada movimiento. Me han dicho que soy muy conchudo para mirar. Pues sí, si me gusta, miro. Quería ser la uva y que ella esté encima de mí. Que me pise y que me patee con fuerza. Después que me saque el jugo, me tome y finalmente que se embriague con mi cuerpo. Era linda.

La durante todo el fin de semana. Mi presencia tampoco le era ajena. Me sonreía y me miraba con deseo, yo lo sé. Pelo castaño, piernas estilizadas, cuerpo delgado, sonrisa pícara y piel suave (no la toqué, pero la sentí cuando nos dimos un beso).

Habíamos quedado en vernos en la última noche. Ella tenía que ir a una fiesta de Joselito en un club de la Huacachina (en honor a las reinas) y me invitó a ir. Nos despedimos, cada uno se fue a su hotel, ella con las reinas y yo con Choy, el fotógrafo de guerra con el que viajé. De ahí nos vamos a Duna (una discoteca) a tonear, me dijo ella.

Pasaron las horas y salí hacia la Huacachina. Salí solo. Choy tenía sueño. Yo no. Quería verla. Me había cambiado y bañado. Polo y pantalón. Los dos arrugados, pero estaba ahí. Me había quitado mi short y mi polo viejo. Me bajé del taxi, puse cara de serio y camine sacando pecho hacia la puerta. Soy prensa. No, este es un evento privado. No entras. (oeee que!!! Ella está adentro esperándome!!). No le iba a rogar, si no quiere, no quiere. ¿Cuánto cuesta la entrada? 60 soles. Media vuelta y adiós.

Entonces, como quería verla y me había dicho para ir después a Duna, me fui a Duna. Eran las 12 de la noche. El lugar estaba casi vacío. Un par de gorditos bailando por ahí y unos cinco grupos de jovenzuelos de 18 años emborrachándose por todo el lugar. Yo en una esquina, sentado en un sillón, esperando la llegada triunfal de las reinas, o de mi reina.

1 a.m.. No llegaban. Ya me había tomado lentamente mi botella pequeña de Pilsen. Empezó a llenarse poco a poco. Todos bailaban todas las canciones. Hasta la de “claro que te clavo la sombrilla” fue meneada por los cuerpos ya sudorosos de los bailarines de fin de semana.

1:30 a.m.. Me compré una botella mediana de cerveza Franca. Se acabaron las personales. Tomando lentamente en la misma esquina. Mirando el reloj y riéndome de todos ahí. También pensando ideas para mi chamba, para mi vida y qué hacer en casos de emergencia en el lugar. Por eso me coloqué al lado de la puerta principal. Iba por el cigarro número diez.

2:00 a.m.. Me terminé la botella. Estaba a punto de hacer lo mismo con la cajetilla de cigarros. Compré una botella de agua. La reina no pasaba por la puerta.

2:30 a.m.. Después del último sorbo de agua, me voy. Le metí un tanganazo y largué. Ya estaba aburrido y nadie llegaba, solo se iban. Pero no pude irme tan rápido. Tan solo hice el amague, me quede al lado de la puerta unos 10 minutos y no llegó. Me fui y nunca más la vi.

Han pasado cinco días y me da curiosidad conocerla, quisiera encontrármela y saber de ella. También recordar su nombre (perdón, tengo pésima memoria) y su edad. Solo sé que estudia derecho en una universidad en Lima y que fue la Miss Finlandia. Dice tener antepasados finlandeses, también arequipeños, cusqueños, iqueños, pucallpinos, de todos lados.

Como verán, no la volví a ver, ¿me habrá choteado?

sábado, 1 de marzo de 2008

Como antaño...

Como se habrán dado cuenta, soy impulsivo, muy relajado con respecto al dinero, se me están pelando los dedos por la cantidades excesivas de alcohol que me meto, sufro de transtorno del sueño y como porquerías todo el día. Cada vez que voy al cine, tengo que tomar un café antes de entrar, o sino me duermo. También tengo que recurrir al café cuando leo, o sino, también me quedo dormido. A las 9 de la noche ya quiero meterme a la cama, pero mi hiperactividad no me lo permite. Salgo a caminar o a montar bicicleta. Mi cuerpo me está pidiendo un descanso y mi mente siente que todavía sigo en generales letras de la Pucp. Eso es todo un problema. Podrán decir que soy un irresponsable, pero no. Me preocupo, me analizo, pero tampoco tengo fuerzas para hacer algo al respecto.

El último viernes me metí una borrachera de antaño. Como cuando empeñábamos los carnets de la universidad para seguir chupando un par más de márgaros. Cinco vasos de whisky etiqueta negra al tope, que representan más de media botella, y cinco chelas antes de entrar al Dragón, fueron suficiente para que retroceda 8 años y que me sienta como cuando estaba en la universidad. La verdad es que después de las dos hasta las 8 de la mañana, no recuerdo nada. Solo que me perdía constantemente entre la multitud y que amanecí sin plata (bueno, sin los 20 soles con los que entré). Estoy misio, estamos 1 de marzo, pagaron ayer, y después de hacer todos mis pagos, me quedé con 6 soles en la tarjeta y 30 soles en monedas en el bolsillo pequeño de mi canguro. ¿Pagaron ya? Y se me ocurre tirarme toda mi plata. ¿Qué puedo hacer en lo que queda de la quincena? No lo sé. Pero ya tengo amigos y amigas que me han exigido que vaya a comer todas las noches a su casa. También me van a prestar plata, algo que me rehuso, pero que voy a tener que aceptar. Mañana, voy a la casa de mis papás a robarles jabón, pasta dental, algunas galletas y algo de comida. Espero poder sobrevivir. Pero bueno, a eso no iba, como siempre, me fui por las ramas.

Estaba contando mi borrachera, bueno, lo poco que me acuerdo. Hace tiempo que no robaba cassette ni estaba en ese estado. A los que me encontré y les dije algo malo, discúlpenme. A los que obvié casualmente, también pido disculpas. A las que les bailé muy pegado, también pido disculpas. A los que gorrié trago, también. A los que molesté, también. A los que hice reir, préstenme unos soles pues. Prometo, esta vez sí, dejar de tomar así.

lunes, 25 de febrero de 2008

¿Locura o estupidez?

Por amor se pueden hacer muchas cosas. Por ejemplo, un amigo diaria y cristianamente iba a visitar a su enamorada. Desde Rinconada, su casa, hasta Magdalena, el aposento de su chica. Ida y vuelta. Los siete días de la semana. No trabajaba. No tenía carro. Por ende, se iba en combi. En realidad, se volvió un héroe. Desde el Ejército caminaba hasta Pershing, tomaba un micro que llegaba hasta Cieneguilla y se bajaba en la entrada de su condominio. Una vez ahí, si era muy tarde, tenía que caminar unos 30 minutos para llegar a su casa. Si era temprano, tomaba un colectivo por un sol. Todo el trayecto le salía 1 hora y 30 minutos sin tráfico y con colectivo. Con tráfico y sin colectivo, podía llegar a las 2 horas con 30 minutos. Ida y vuelta, cinco horas. Después de eso, yo quise superarlo, intenté algo con alguien que vive cientos de kilómetros de mi casa, en Huánuco. Lo mío no fue por amor, fue por locura y estupidez. Dos cualidades que sobran mucho en estas épocas.

Cuando era testigo de las continuas hazañas de mi amigo, me prometí no enamorarme ni gustarme ninguna chica que no viviera a unos 15 kilómetros a la redonda o 30 minutos de camino desde mi casa. Pero con ella cambió. Me cagó, bueno, yo comencé manchado.

Hace unos 8 meses me fui de viaje a Pucallpa. Conocí a una chica que me impactó. Recuerdo ese fin de semana, y no sé por qué tan fuerte fue el golpe. Ella vivía en Huánuco, yo en Lima. De la capital hacia allá son 9 o 10 horas de viaje. Desde ese fin y durante dos semanas, la llamaba todos los días. Nos quedábamos hablando mínimo 45 minutos. Por supuesto que ella solo lo hizo una vez. Nos mensajeábamos buena parte del día, es decir, me estaba ilusionando jodidamente. Y como todo era más complicado, más romántico me pareció (qué imbécil pude ser!). Ella viene todos los veranos a Lima. Huánuco no está tan lejos, me voy durmiendo y llego allá despierto. Me iría a verla cada 15 días. Todo lo había planificado al milímetro, tratando de eliminar cualquier contra. La mente te engaña, cuando quieres algo, te crees Superman. Y yo era Superchino. El que superaba cualquier traba. Creo que la traba era mental. Y yo era el bache.

Y bueno, como no la veía, decidí ir. Tomé mi bus GM por 45 soles en buscama. Salía viernes en la noche y estaría en Lima el lunes a primera hora. Todo planificado. Llegué allá, me recogió en el terminal. No iba a hospedar a casi un extraño en su casa, por eso, me llevó a un hotel. Bien hubiera hecho ella en quedarse conmigo, en mi cama. Pero no, me dejó y se fue. Tenía que hacer. Nos veríamos en 2 horas. Era sábado y estaba en Huánuco. No lo podía creer. Pasó el fin tranquilo. Fuimos a tomar algo, salimos con sus amigos, a comer, a tomar, a bailar. Terminó la noche y me regresé solo a mi cuarto. Ni un beso ni un apretón. Con ella, me porté muy decentemente. No intenté nada. Un caballerito. Me puse a bailar la cocotera y mil hits del invierno huanuqueño como si tuviera una tatuaje del Grupo 5 en el culo. Todo un fan. Me veo y no lo creo.

Pero bueno, pasó todo el fin de semana y no pasó nada más. Ni la mano. Ni el brazo. Ni nada. Recorrí cientos de kilómetros por las huevas. Regresé a Lima y todo cambió. La dejé de llamar tan seguido, ella tampoco lo hizo, bueno, nunca lo había hecho, pasaron las semanas y tuve que regresar, una vez más, por esa zona del Perú. Mi chamba de viajero me llevó ahí buscando lagunas. En ese par de días que estuve ahí, ni bola me dio (qué penoso!). La busqué, pero ella nada. Ahí comprendí (demoré mucho en eso creo) lo que debía hacer. Después de eso, prometí y juré ante la Pachamama y Baco que nunca más haría más estupideces como esa. Que así sea.

viernes, 22 de febrero de 2008

¿Nos cagamos en la noticia?


Mientras iba descendiendo la cumbre, se me iba trasladando el dolor de las piernas y del pecho hacia el corazón y la mente. El dolor fue intenso y hasta ahora permanece. Una migraña intermitente pero punzante, que regresa cada vez que me acuerdo. Iba viendo el Huascarán, el nevado más grande del país, derritiéndose. Sin muchos metros menos de hielo que hace 20 años. Todo se esfumó. Con mucha pena.

Han pasado cuatro meses desde que pasé por esa situación y no dejo de pensar en ello. Fui a hacer un trekking por Punta Unión en Huaraz. Todo lo que sucedió durante los primeros cinco días quedan para la anécdota cuando nos damos cuenta de la magnitud de las consecuencias de nuestra insolencia, descuido y negligencia. El mundo se está acabando. Ya no de a pocos. Sino rápidamente y sin marcha atrás.

No quiero pecar de sensacionalista ni cliché. No pretendo serlo. Pero una lágrima fue cayendo por mi mejilla, sin que nadie se diera cuenta. La iba tratando de borrar con la mano derecha, pero no podía, tenía destino final: el fondo de la tierra. Esa lágrima cayó. Y seguía sin comprenderlo. Solo sintiéndolo. Hasta ahora. Perdón, no soy de hielo.


Personaje de comercial

Oe, ya pagaron.
Es fin de mes, pagaron ya!!!.
Te invito a un chifita y luego alguito más!!
Vámonos al cine y luego a tonear.
Es fin de mes, pagaron ya!!
El estrés hay que botar. Toditas al spa.
Hoy decoro el depa!!
Es fin de mes pagaron ya!!

Han pasado seis años desde que ingresé, a la buena o a la mala, a la PEA (Población económicamente activa). Debería estar orgulloso, bueno, sí lo estoy. Vivo solo, me pago mis cosas, no dependo de nadie (solo de mi centro de labores) y soy medianamente libre. Antes no llevaba tarjetas de crédito en la billetera (bueno, cuando tenía billetera), mi efectivo no superaba los 30 soles (más que esa cantidad, ya me sentía rico) y mis almuerzos tenían que ser los básicos de la universidad (que en cada ciclo subían 10 céntimos. Imagínate, llegar después de las vacaciones y ver que tu menú ya no estaba 3 soles, sino 3.10, después 3.20, hasta 3.30!!! Toda la universidad se levantaba ante semejante hecho). En cambio, ahora llevo tarjetas de crédito que me hacen más pobre cada día (y cada hora). Ya no tengo ni para llevar 10 soles en la billetera. Si los llegara a tener, desaparecerían fácilmente. Puros recibos y vouchers. Los 3.30 soles que llegó a costar el almuerzo en la universidad, me serían muy útiles en estos momentos. Cuando llega la 1 de la tarde, me voy a la cafetería de la chamba, pido mi comida y lo cargan a la cuenta. Pago a fin de mes. Como ven, todo ha cambiado.

Vivía ajustado, pero bien. Me daba mis gustos. Me metía borracheras con 30 soles (incluidos taxis). Todo lo contrario últimamente, ya que gasto varios dígitos más cuando salgo. No me importaba tomar micro a cualquier hora del día (si pasaban a las 5 de la mañana, no dudaba en subir). Ahora estoy obligado a venir al trabajo en combi (antes de dormir separo mi sol en el canguro y listo). Antes, vivía el día a día sin mayores preocupaciones. Ahora vivo el día a día con más deudas. En la época universitaria, sabía que si me faltaba el dinero, solo tenía que poner cara de perro arrepentido y pedirle dinero a mi madre (si no atracaba por las buenas, era por las malas, se descuidaba y la cartereaba). Entonces, el dinero no era mayor preocupación. No entiendo. Recuerdo que me compraba zapatillas a cada rato. Ahora espero a que se hagan hueco para cambiarlas. Podía irme a comer a donde quería (durante mucho tiempo lo hice, sin embargo, desde hace un par de meses, viendo mis cuentas ensangrentadas, solo me queda mirar por el ventanal de Bohemia como la gente come a placer). Estoy hasta más ajustado que antes.

Cada fin de mes, sufro. Toda mi quincena desaparece en menos de 10 horas. Cada mes que pasa tengo más deudas y ahora solo espero ser como el protagonista de la propaganda del BCP. No puedo hacer todo lo que él hace en un solo día y eso que yo también tengo mi credimás.

Hoy no voy al cine,
y menos a cenar,
llego triste al depa,
y me siento en el sofá….

lunes, 11 de febrero de 2008

Cuento chino

Me regresaba de la playa. Apenas habían pasado las 6 de la mañana y tenía a cuatro borrachos en mi carro. Un Nissan Sentra del 91. De esos cuadraditos. Plateado con un par de raspones por ambos costados. Todavía funciona muy bien, pero yo no me quería regresar. Me quería a quedar a dormir en la playa. Ellos no. Una tenía que hacer, otra simplemente necesitaba dormir en su cama, la tercera estaba inconsciente y el cuarto era un colado, un gordito tetón, con peinado de un Menudo de los 80, antipatiquísimo y recontra gilerín. Quería levantarse a las tres, felizmente yo no llevaba pelo largo, porque también perdía. Felizmente, nadie le hizo caso.

Yo manejaba. A mi costado estaba la dormida. Atrás, algo muy patético. No lo podía creer. Al lado de una de las ventanas estaba la que quería dormir en su cama. Ebria sacaba su cuerpo por la ventana y exigía, a la inconsciente, que iba como copiloto, que ponga Bjork a todo volumen. No comprendía. Mientras tanto, el tetón, en la otra ventana, se arrimaba cada vez más a la que tenía que hacer temprano. Ella, en medio del antipático y la ebria, con cara de confusión, no sabía qué hacer. Solo atinaba a darle más cuerda a las sandeces del varón que tenía al lado.

Seguí manejando. Trataba de hacerlo cada vez más rápido para dejarlos a todos en su casa e irme a dormir. Felizmente todos estábamos en la ruta. No había problema. Cuando me percaté, la ebria ya no tenía el cuerpo fuera del carro; el gordo le hablaba a 12 centímetros de la cara a la confundida mientras le hacía "piojitos" (para los que no saben, es hacer cariñitos con la yema de los dedos sobre la cabeza de la otra persona) a la ebria ya tranquilizada. La confundida, continuaba confundida. La dormida, también, en el mismo sueño. Y yo que no veía las horas de llegar a mi cama, o de meterme a la ducha. Al mar hubiera sido mejor.

Felizmente, a los 15 minutos ya estábamos entrando a Chorrillos. Solo faltaba cruzar todo el distrito, bajar a la Costa Verde y subir en Miraflores. Ah, me olvidaba. El tetón no vivía en Miraflores. Quería que lo dejemos en San Borja. Me negué. Bueno, se me olvidó intencionalmente. Me tendría que agradecer, ya que yo lo quería bajar en Conchán, en honor a lo bien que me cayó. Y los demás andaban en casi las mismas. Los piojos seguían revoloteando los pelos de la alcoholizada mujer. Ya no eran 12, sino 10 los centímetros que separaban los rostros de la confundida y el rellenito. La dormida, ya en otro estado, podía cambiar los discos de la radio. Lo que ella no sabía, era que se iba a quedar en mi casa (para los sapos, la continuación de ese episodio, la escribiré en otro cuento). Y yo me había prendido el primer cigarro dentro del carro.

Los fui dejando poco a poco. Primero a la confundida, que se bajó con un más desorbitado gordito, después a la borrachita y, finalmente, llegué a mi casa. Abrí la puerta y la somnolienta copiloto se echó rápidamente en mi desordenada cama que era cubierta por mi cubrecama de militar y me dijo: solo vamos a dormir. Sí, está bien. Como tú digas. Solo dormir.

jueves, 24 de enero de 2008

Dientes sanos

Ir al dentista, a pesar de que no le tengo temor, no ha sido uno de mis hábitos más usuales. Mi primera vez (que yo recuerde), a pesar de que suene maricona, fue con un moreno. Limpio y pulcro como ninguno. Atendía con mucha amabilidad y realizaba todo con cuidado. En ese tiempo habré tenido 10 años o menos, y recuerdo los juguetes que me daba al final de la consulta. Yo me quería llevar los dientes acrílicos y jalarle la falda a su asistente. Nunca me dejó. Ni uno ni lo otro. Solo se reía, extendía su brazo y me alcanzaba un carrito rojo o, en el mejor de los casos, verde (que tenía las llantas más grandes).

Después de eso, me olvidé del tema. Me negué siempre a regresar. Prefería jugar, comer de todo y esperar a que me duela para ir a uno. A los 15 años, regresé. En esta oportunidad, me curaron un par de muelas y me acomodaron las del juicio. Fueron como unas cuatro sesiones con el dentista. No fui con el negro. Él, al mejor estilo Michael Jackson, solo atendía niños. Eso me enteré después. Ahora no quería juguetes ni la falda de su asistente. Quería a la asistente. Pero en fin, tuve que cambiar de doctor. Esta vez fue el novio de una amiga de mi papá. Un viejo muy amanerado que le sobresalían sus delicados dientes de oro en el fondo de su boca. Desde ahí comenzamos mal. Sin embargo, a mi viejo le salía más barato. A esa edad, y en realidad en todas, el que paga, manda. Yo no pagaba. Solo miraba, abría la boca y dejaba que haga lo que quiera con ella (recién me voy dando cuenta que describir el hecho de ir al dentista, puede resultar una experiencia algo "mariconesca"). Pero al parecer, no lo hizo mal. Todo en su lugar durante mucho tiempo.

Pasaron unos años e ingresé a la universidad. Uno de los innumerables trámites que se tenían que hacer era: revisión odontológica. Fui, me revisaron y a mis párvulos 17 años, tenía todo perfecto. En su lugar. Ni una caries ni nada. Me sentí bien. No tendría que regresar. Misión cumplida.

Ocho años han pasado y me comenzó a doler la muela. Con pepas logré parar el dolor pero éste siempre regresaba tercamente sobre mi dentadura. Caballero pues, al dentista. Felizmente ahora tengo seguro. Todo saldría más barato. Ahora, el que paga soy yo y yo mando. En ese momento recordé que no sé nada sobre muelas ni mucho menos sobre curaciones.

Primer paso: llamar al seguro. Cuando pregunté, me dieron decenas de nombres de clínicas y dentistas. Fue un mareo constante, además del dolor de muela. Atiné a decir: dime cuál está en Miraflores. Me dieron el nombre, teléfono y dirección. Saqué mi cita.

Tienes 5 caries y una endodoncia. Te sale (a pesar de que mi seguro me cubre bastante), 700 soles. Madre mía. Más pobre no me podía sentir. Caballero, hazme lo más grave, lo demás déjalo para el otro mes (u otro año, pensé). ¿Y por qué tan caro? Los materiales que te cubre el seguro no son muy buenos. Mejor trabajamos con mejores productos y lo hacemos bien. Calidad no cantidad. Ya pues. Regresa el lunes a las 9 de la mañana. Ahí te verá el especialista.

Llegué tarde: 9:30. 9 de la mañana es muy temprano. Felizmente, ella llegó conmigo al consultorio. Sí, era mujer. Una señora que bordea los 37 años, casada con hijos, con una dulzura nunca antes sentida (de repente estoy exagerando, pero era muy dulce). Cada movimiento me dejó pasmado. Abre la boca. Yo abría. Manipulaba con tanta ternura y suavidad cada muela de mi boca, que practicamente no necesité de anestecia. Ya estaba adormecido. Que toque todo lo que quiera. Que taladre. Que jale fuertemente. Que martille. Que me saque las muelas. Que me cambie toda la dentadura. ¡Hasta que me ponga dientes de oro! Terminó la cita y yo no me quería levantar de la silla. Fue una hora entera. Ella me miró y me movió la ceja y la cabeza como diciéndome: ya párate. Esto fue el adiós a una hora entera de placer, donde me quitaron todo dolor.

Sin embargo, los malestares continuarían. Solo me tocaron los más urgentes. La cuenta US$147. Me vinieron los dolores a la muela. Ahora me dolían todas. El hígado comenzó a convulsionar. Las esfínteres se aflojaron considerablemente. Y tan solo me tocaron dos dientes. Felizmente tengo seguro. ¡¡¡El seguro es una mentira!!! Por las puras pago. Y yo que pensé que me iba a salir casi gratis. Eso sí, moraleja: lávate bien los dientes.

miércoles, 16 de enero de 2008

¿Cervecita dónde estás?

De pequeño, cuando te tomabas tus primeros tragos, los que mayormente terminaban en bomba, se formaban a base de ron con Coca-Cola. Más adelante, cuando te daban más propina, alcanzaba para comprarte una jonca de chela entre tus patas. Después la convertiste en la preferida de todos los fines de semana (y si se puede, de los siete días). La tomas en la intimidad, viendo tele. La disfrutas en los almuerzos. La gozas en las cenas. Te empila antes de entrar a la discoteca. Y finalmente, te ayuda a conocer a alguien en una discoteca o bar. Está en toda nuestra vida. Sin embargo, últimamente están apareciendo en el mercado local, junto con los ya consumidos, muchos tragos con nombres extravagantes o hasta ridículos. Los preferidos son los Apple martini, Pisco sour, Maracuya sour, martini de Lay chi (¿o laychini?), vodka con naranja o con agua tónica, whisky y muchos tragos que terminan con "ini" (que para muchos son mariconada). Todo lo nombrado anteriormente es el repertorio que está permitido servir en la barra. Nada de chela, ni mucho menos el tan olvidado ron. Sin embargo, si es que hubiera chela, los invitados, ni miran su espuma ni mucho menos sienten el tan nombrado lúpulo. Desprecio total. Te vi y no me acuerdo. (¡¿Qué te vas a acordar si borraste cassette mil veces con ella?!).

¿Qué ocurre cuando se desata esta insolencia?

Caso 1:
Apple Martini y todos los ini
Tiene el color del pinesol de limón y últimamente se ha convertido en el trago más popular en las reuniones "especiales" o discotecas A-1. ¿Qué es? Simplemente, vodka con un licor de manzana. Lo llaman Apple Martini y los más maricones Appletini. Muchos lo comparan con el efecto embriagador del Pisco sour. Es dulce. Es rico. Pasa suavecito (todas características de los famosos "ini"). Y la manzana que le ponen es riquísima. Cómela. Parece que chupa todo el alcohol. Dicen las borrachitas cuando el licor se empieza a apoderar de sus cuerpos, mentes, piernas, ojos, manos, orejas. Se caen, hablan sandeces. Bailan la culebrítica hasta abajo hasta romper el vestido. Gritan. Se alteran. Los últimos sorbos los dan sus cachetes y las espaldas de las otras personas. Después empiezan a exigirle al barman que le lleve al chico que les gusta y terminan la noche dejando todos sus miedos y cena sobre las ya impecables calles de la ciudad.

Caso 2:
Whisky en las rocas, con red bull
Cuando eras niño, querías ser grande. Quizás jugabas a serlo, pero había algo que faltaba. Chequeabas a tus viejos, tíos y primos mayores tomando algo marrón en un vaso con mucho hielo. Eso era. Whisky. El trago de los "grandes". Una vez que lo conociste, te enamoraste. Más por lo que significa que por su sabor mismo. (A mí no me parece muy agradable y cuando me la pego con ese trago, mi cara está hinchada (más) al día siguiente. Es el único trago al que soy alérgico). Los "whiskeros" dicen que te da buena buena borrachera, sin embargo, cada vaso que pasa, las muecas van cambiando. Al inicio, mucho hielo y poco alcohol. Al final, puro alcohol y nada de hielo.

Caso 3:
Vodka con todas sus variedades
Este trago no tiene sabor. Para mí, un buen trago, debe saber a algo. Este adopta el sabor del líquido con el que lo estás acompañando. Si es naranja, naranja. Agua tónica, agua tónica. ¿Entonces, cuál es el chiste? ¿Tomarte un jugo de naranja que te emborrache? Los que no saben tomar (la mayoría) se la pegan mal. No sienten el alcohol, todo pasa suave, al igual que los "inis". Digamos que es el trago preferido de las chicas. Ron, es muy chusco. Chela, engorda. Whisky, muy fuerte. Nada se compara a este trago transparentoso y engaña muchachos y muchachas.

Caso 4:
Pisco sour y todos los sour
El pisco es uno de mis preferidos. En sour también es bueno. Sin embargo, cualquier ser normal, después del cuarto o quinto (por supuesto bien servidos), puede terminar directo en la cama (o al baño, lo que llegue primero). Felizmente, las personas ya saben de su poder tumbador y lo toman con cuidado. Pero lo que no entiendo son todas las variedades. Coca, maracuyá, mango, hasta plátano sour, te pueden preparar. Todo con harto dulce. El Coca sour es insípido. Los demás, dulces como miel (Borracho que come miel, pobre de él). Lo bueno que las personas que terminan ebrias debido a esta pócima de la eterna borrachera, borran cassette, se mean en los pantalones (los que logran controlar más sus esfínteres), le gritan a los meseros, derraman los vasos (estaría bien si solo fuera el suyo) y terminan diciendo que quieren a todas las personas para después gritarle a todo el mundo. No hay control.

Todo esto pasa porque la dejaron, porque no le dieron bola y porque intentaron dejarla. Así sea por un fin de semana, a la cerveza no se le puede hacer eso. Se debe libar siempre. Qué rica es. Así que ya saben, los insolentes hipócritas con la madre lúpulo, pagan la consecuencias de sus actos vanales y carnales.


De vuelta al barrio

(Con Valeria en Punta)


He dejado mi carro fuera de la cochera (por flojera a guardarlo) y me vine al trabajo en un cómodo micro "todo Tacna" por un sol. Hoy es mi reintegración al diario después de casi tres semanas de vacaciones. Y mi ropa limpia se quedó en la maletera. 11 kilos de polos, calzoncillos, shorts, camisas, pantalones, toallas y medias. Todo arrugado. No lo recogía hace 9 días por falta de plata. Durante ese tiempo, he ido alargando la vida de algunas prendas, usando polos de pajaritos y reviviendo hasta los calzoncillos estirados que te esperan siempre sonrientes en el fondo del cajón. Pero bueno, recogí esos dos paquetes un día antes de regresar al trabajo después de unas nada apasionadas vacaciones. No me fui a Cancún, Nueva York, Buenos Aires, ni nada por el estilo. Estuve en Máncora unos días. Aprovechando un clima que no fue de los mejores. Unos días nublados, otros con mucho sol y hasta algunas noches de lluvia. Sí, en el norte también llueve. Poco, pero moja. No hice más que estar echado en la arena. Boca abajo. De costado. Para arriba. En la sombra. En el sol. Tomando agua. Llenándome de arena. Fumando. Mojándome un poquito. Y, por qué no decirlo, viendo piernas, brazos, traseros, pechos, caras. Y, por qué no decirlo también, solo mirar. No sé que tiene Máncora, pero en este sentido, no me trata bien. Pero bueno, esa es historia para otro post.

Apenas me senté en mi escritorio, todo estaba como lo dejé. (Aunque tengo que aceptar que está más ordenado) Papeles que no usaré, regados por todos lados. Planos de San Borja enrollados. Revistas de turismo y arquitectura formando una Torre de Pisa tan endeble que se derrumbará ante cualquier movimiento (es más, voy sentado toda la mañana y ya se me han caído un par de veces). Periódicos amarillos por el tiempo. Hartos periódicos. Más periódicos. Un calendario de PromPerú, cortesía de Karina. Tarjetas de presentación de todo el mundo. No me extrañaría que tenga la de Tongo al lado de la de algún ministro. Un diccionario "Pequeño Larousse ilustrado", viejo como su nombre, que no sé por qué lo tengo. Un vaso de vidrio meloso por un contenido dudoso que está ahí desde que tengo uso de razón en este escritorio (casi 13 meses). Muestras de policarbonato de colores. Regalos navideños, como lapiceros, llaveros, stickers, lápices. Nada de trago ni nada. Por suerte, el panetón (50% de nuestra canasta navideña) me lo llevé a mi casa antes de que se convierta en un elemento decorativo de la oficina. Y bueno, más papeles, papeles...

Voy haciendo llamadas, concertando citas, leyendo las pautas de las siguientes ediciones. Lo de siempre. Pero divertido. Las vacaciones sí hacen bien. Te hacen regresar con más ganas (y hambre). Pero más bien hacen cuando no has tenido nada más que hacer. ¿Qué he hecho en mis vacaciones además de ir al norte? Dormir hasta tarde. Explotar la palabra libertinaje en su máxima expresión, pero siempre sanamente. Escuchar, siempre con el mejor de los ánimos, a Pía y a Ale (a pesar de que me llamen a cualquier hora del día). Jugar con Valeria (hija de Ale) en la playa. Ir a chupar. Destruir mi hígado buenamente. Destruir mis muelas (felizmente hoy tengo cita con el dentista). Atormentarme con el dinero (que cada vez es menos). Y comer porquerías todo el tiempo. Así de productivos fueron estos días. No hice ejercicio. Dejé de ir al gimnasio (la próxima semana lo retomo. Ya voy un mes así y tengo todavía un año de membresía. Si alguien quiere ir, se la traspaso más barato). La bicicleta se debe haber resentido conmigo por no sacarla a pasear. Bañarme con agua fría, porque a la dueña de mi depa se olvidó de arreglarme la terma. Jugar indiscriminadamente play station 3 hasta pelarme los dedos que quedaron intactos por el hígado malogrado.

Siempre es bueno regresar al trabajo después de unas vacaciones. Sin embargo, en estos días ha quedado algo en mi cabeza. En mis próximas vacaciones viajaré más. Empezaré a planificarlos. Si alguien quiere acompañarme, estará bienvenido. Ahora solo espero que mi carro siga afuera de mi casa o sino, me quedaré sin mi único activo en mi vida y, además, con calzoncillos con hueco.

sábado, 5 de enero de 2008

El fin infinitas veces

Perfectamente vestido. Joyas guardadas para la ocasión. Vestimenta hecha para la ocasión. Ubicado perfectamente para la ocasión. Todo para la ocasión. Totalmente maquillado. Muy bien peinado. Pulcramente cuidado cualquier detalle. No hay gesto. Solo una leve sonrisa que intenta ser natural. Un muerto. Un velorio. Un cajón. Muchas lágrimas. Excesiva seriedad. Tristeza. Pesar. Unos alegres personajes compartiendo pisco y chistes de velorio (patético). Niños que no terminan de comprender la situación. Juegan. Muy alegres. Al lado del ataúd. Miran al cadaver y siguen revoloteando la sala. Otros ni se inmutan. Hablan entre ellos muy suavemente. O son amigos de los parientes o trabajan en el lugar. Así son las muertes. Mucho dolor para los que le afectan e indiferencia para los que restan.

"La ONG Intermón Oxfam hizo público el informe "De Interés Público" que revela que cada minuto mueren en el mundo tres niños a causa de la diarrea provocada por beber agua en mal estado y 1.400 mujeres al día por falta de asistencia médica durante el embarazo o el parto".
(Extraído de http://www.20minutos.es/noticia/148220/0/mueren/ninos/minuto/)

Las muertes nos siguen agobiando. Prendemos la televisión y vemos tragedias. Abrimos el periódico y la página central es un choque con 15 muertos en Trujillo. ¿Cuántas muertes hay al día? Muchas. ¿Cuántas hay al año? Excesivas. ¿A cuántos le duele? A pocos. ¿A cuántos les afecta en realidad? A muchos menos. Sin embargo, ¿qué es más doloroso?, ¿ver la muerte finalizada o ver cómo todo ello se va aferrando a la vida sin un futuro posible?

Dentro de cada una de las personas hay muchos moribundos a punto de jalar la pata. Nosotros no hacemos mucho por exterminarlos por completo. Lo vemos así, desfalleciendo, con el pensamiento de que no se va a salvar, ya se quiere ir, pero sigue aqui. Sentado sobre nuestras cabezas y sobre nuestros corazones. Cualquier cosa que no esté colaborando con nosotros, fue muy lindo mientras duró, aprendimos, pero que no va a terminar siendo lo ideal para todos, es mejor dejarlo caer. ¿Cuándo hacerlo? Esa es la pregunta.

Nos cogemos fuertemente. Nos aferramos. ¿Para qué? ¿Para que nos atormente? La vida es para vivirla una sola. Para explorarla y para no estar gastando el tan valioso tiempo para estar pensando de más. Por más que nosotros pensemos que sí se pueden, hay cosas que son inevitables.

Si hasta ahora no me han entendido, espero que con estas preguntas entiendan:

- No sé qué hacer con este chico que me tiene loca. No le puedo decir que no. Pero ya no puedo más.
- Él me encanta. Pero no me da bola. Tengo que seguir ahí. Jodiendo. (por las huevas sigue ahí).
- Ella me gusta, pero no sé, tengo miedo. Mejor no. Para próxima. ¿Pero si no hay próxima?
- Quiero terminar de fumar. Dejo un día, pero no puedo. Tomo un café y tengo que sacar un pucho. Sé que me mata, pero no me importa.
- Este trabajo no me satisface. No puedo más, pero no me atrevo a ver otras cosas.
- Ya no debo ser así. Este carácter de mierda me va a dejar sin amigos (va años pensando y diciendo lo mismo. Nunca cambia. Ni lo hará).

Siempre enfrentamos velorios. Muchos de ellos duran más de la cuenta...

Hay que matar esos miedos.
Tirarlos por el water.
Jalar fuertemente
Fumarse un puchito
¿Cuándo matar a ese pobre miedo que sigue desfalleciendo?
Hay que tomar la decisión.
Lo más pronto posible.
O sino, el mundo se pasa volando.
Las muertes son así, como al inicio, todo pulcro, impecable.
Todo muy bien externamente.
Pero el motivo de la reunión, ya no está.
Empieza a podrirse.
Hay que irse...

viernes, 4 de enero de 2008

Que tengas un feliz y dulce ano

Durante nueve días no pensé en la hora. Me levantaba. Sin saber de relojes y celulares. Fumaba un cigarro y me iba a la playa. Andaba como marmota en la arena. Nunca supe cuántas horas dormía. Ni la hora del almuerzo. Y peor el de la cena (si es que había). En realidad vale saber la hora, contar los minutos, y, en especial, celebrar año nuevo...

Nunca le di mucha importancia al fin de año. Antes solo era el fin del colegio (que cada bimestre era más largo). Después, la universidad. En donde el 31 de diciembre solo era el inicio de una etapa de vicios sin límites. Playa y mil actividades más. Eras libre. Una vez enterrada esa época, todo lo que venga será lo mismo. Esperar a que venga el otro. Que las patas de gallo se profundicen. Que las ganas de salir se vayan extinguiendo. Que el tiempo se haga más corto. Que tengas más responsabilidades. Que las deudas con el banco se hagan mayores. Que pasen o dejen de pasar más cosas. Es decir, más preocupaciones.

Por ello, salir a dar vueltas con las maletas. Comerte 12 uvas. Encajarte la distinguida ropa interior amarilla (o roja en algunos casos). Y decenas de otras formas de empezar el año o despedir al viejo, han demostrado feacientemente y generación tras generación, que no sirven. En los últimos años, bueno, en los que yo tengo uso de razón y entre las personas de mi generación, las tradiciones han cambiado. Ahora si no logras contactarte con otros labios, o si no tienes relaciones, o no acabas totalmente ebrio chorreando tu vaso antes de las 12, te esperan 365 días de desventuras, inseguridades, sin enamorada (o), sin trabajo, sin juergas, sin, sin, sin...

Eso es lo que creen todos.
¿Qué significa en realidad año nuevo?
¿Qué significa empezar otro?
La verdad, ¿Creen que se ha terminado algún año?

Hasta ahora no logro comprender el significado razonable. Nunca me han visto (ni verán) corriendo por mi cuadra con mi vieja y cada vez más estropeada maleta azul. Me puse una vez un ridículo calzoncillo amarillo (no pregunten por qué) y prometí ante el gigante pesebre de mi madre no hacerlo jamás. En vez de 12, me tragaba como 50 uvas. Nunca fui un buen seguidor de cábalas. Siempre las cambio. Mayormente solo duran una vez. Nunca funcionan. Y por otro lado, hablando de las modernas formas de comportarse en esa fecha. Sexo. Cero. Besos. Dos. Ebrio. Todos, menos en el último. Sin embargo, echando el vaso de cerveza sobre mis pantalones, nunca (en otras festividades, sí) ¿Qué más? ¿Me quedé sin trabajo? Por lo menos, hasta ahora no (gracias!) ¿He estado 365 días consecutivos sin algún amorío? Nunca. Pero eso sí, estoy sin enamorada hace 3 años recién cumplidos. ¿Pena? ¿Alegría? Nada de eso. Da lo mismo. Si no está, yo tampoco. ¿A qué voy? A que no importan los años, todo depende de uno mismo. De ponerse las pilas y chambear en lo que le gusta.

Los mayas, los aztecas, lo incas, los indios, los griegos y más culturas tuvieron sus respectivos calendarios. No hubo mejor ni peor. Los occidentales católicos determinaron a su antojo que el gregoriano sea el que se maneje en el mundo. Dicen que es la más exacta. ¿Cómo determinar algo si no se saben a ciencia a cierta las otras teorías o formas de calcular el tiempo? Imposible. Esto es una imposición. Entonces, ¿por cuál llevarnos?, ¿es realmente importante saberlo? Creo que a nadie le afectaría tener unos meses más en el año o unos días más en la semana. La escencia de tu vida no va a cambiar. Entonces, ¿es importante que el mundo se guíe por esos parámetros?

Sé que no me harán caso y seguirán iguales...
Aunque una reflexionadita no haría mal...
Sean felices...
Mientras puedan...
Cierre su ventana...

miércoles, 2 de enero de 2008

Días de arena

Después de 8 días en Máncora. Disfrutando de la tranquilidad costera; leyendo; libando cerveza y pisco; además de algunos ingredientes populares y fundamentales en la vida, entré a ver a mi nuevo hijo. No me olvidé de él. No lo abandoné. Por ello, me sentí con la obligación de por lo menos escribirles unas cuantas sandeces más. Las mías. Solo las mías. Estas primeras líneas. Ya que las que continúan son parte de un libro genial, "El insaciable hombre araña", de Pedro Juan Gutierrez. Él las inspiró. Y no son sandeces, ni mucho menos estupideces.

Empecé a buscar en Internet el extracto del libro para compatirles siquiera un detalle de un cuento que me gustó de esa genial recopilación del escritor cubano. Hasta que lo encontré, (Oh! Maravillas de la tecnologíay globalización) en otro simpático blog. El cuento es "Unos pocos elegidos" (Cuenta su romance con una superficial y arisocrática profesora peruana. Búsquenlo). Fue extraído del blog: http://aloma69-realidado.blogspot.com/ (gracias).

"Llegué al hotel, puntual como un reloj. No me esperaba. Me senté y esperé media hora.No podía averiguar su habitación porque desconocía su apellido. Esperé otra media hora. Me levanté y me fui. Yo podía convertirla en una pecadora brillante. Supongo que no tenía espíritu aventurero y prefería volver al redil de sus hijas, su marido aburrido, sus clases en la universidad, sus misas los domingos por la mañana, su casa lujosa, y el resto de sus propiedades. Ahora pienso que hizo bien. Sólo unos pocos elegidos pueden vivir fuera del redil. Y es muy difícil encontrarlos."

Sin más...
Feliz año!
Escribiré al regreso...