sábado, 3 de mayo de 2008

Xenofobia


Estuve en Bolivia algunos días. Entré por tierra y me regresé en avión. Durante los días que estuve ahí, la pasé bien. Tiene paisajes relajantes y actividades que hacen que no te aburras, sin embargo, cuando entré y salí fui recibido y despedido por las peores personas que existe para cumplir esta noble tarea de recibir y despedir a los turistas, algo importantísimo para que los visitantes se sientan cómodos, regresen y recomienden el país a sus amigos. Antes de ir, había escuchado la poca amabilidad de nuestros hermanos bolivianos, no pensé que fuera tan fuerte esta xenofobia, envidia o no sé qué sentimiento que hace que traten mal a los peruanos.

A la hora de entrar. Llegué por el Titicaca, hice el papeleo respectivo en la frontera peruana, terminé y fui a hacerlo al otro lado. "Tú no eres peruano. Tú eres chino. Tus apellidos son Lo y Lau. Me estás engañando", me dijo la persona encargada. (Ignorante). Mientras le trataba de explicar a este hermano "sin mar" que es posible que un "jalado" sea peruano, entraba Fernando Fujimoto, con quien viajé para hacer los reportajes. Él, como se darán cuenta, es un descendiente de japonés que también tiene DNI peruano, nos creyeron menos. Pero ante tanta insistencia nos dejaron, en mala gana, hacer los papeleos. Mientras llenábamos los formulários, cada dos minutos, se nos acercaban otros amigos "sin salida" a murmurarnos: "Japón. Japón", en un tono burlesco, tratándonos mal. Pésimo inicio. Entramos de mal humor.

Estuvimos cuatro días en Bolivia. No tuvimos mayor problema. Solo un taxista sin tacto que apenas nos sintió el acento peruano, nos empezó a bromear como sus íntimos amigos. "¿Los peruanos comen solo pescado, no?" (¿No será que ustedes solo conocen la trucha? Si les mencionas al lenguado piensan que los estás insultando). "¿Qué hacen dos hombres solos? Deben patear con las dos piernas" (Tan bruto es el taxista que no entendió que estábamos trabajando, no de paseo, cuando se lo explicamos minutos antes). "¿Quieren ir a divertirse con chicas o con chicos?" (Continuó este tarado que parece que a las justas sabe sumar sus pocos bolivianos -su moneda- que vale muy poco). Felizmente, la carrera, que costó 15 bolivianos, terminó.

Cuando salimos del país, fue lo peor. Gracias a que cerraron todo el centro de la ciudad por una maratón que congregó más policias que participantes, llegamos con las justas al aeropuerto. Después de chequearnos y dejar nuestras maletas, fuimos directamente a la sala de embarque. El de la puerta, un grandote con cara de culo, no nos quería dejar pasar, alegando que la hora de nuestro vuelo ya se había pasado. Tuvo que venir la representante de Taca para que nos deje entrar. Una vez superado ese inconveniente, en migraciones nos pararon a Fernando y a mí. Mostramos nuestros pasaportes, un poco apurados por el vuelo. La de Taca estaba a nuestro lado tratando de apurar todo. "Ahhhh... peruanos...". "¿Qué han venido a hacer acá?". "¿Cuántos días?". A pesar de que le mostramos nuestras credenciales del diario en el que trabajamos, no nos quiso dejar tranquilos. "¿Por qué tan nerviosos?, ¿ya se quieren ir?, ¿qué esconden?". Este personaje que brillaba por su ignorancia y pésima predisposición para ayudar y sumar, no se percataba que el avión nos estaba esperando. "Al cuarto", nos dijo con tono encarador (ese cuarto igualito a los vestidores de las tiendas de ropa al peso que hay en Larco). Entramos y ni nos revisó. Palmeó mis piernas y me dijo que me vaya. Duré tres segundos en ese rectángulo de triplay. Si quería toquetearme, lo pudo haber hecho en frente a todos. Yo tenía ganas de pegarle, pero estas personas se aprovechan de ese momento, en el que, lamentablemente, son la autoridad. Finalmente, llegamos al avión, arrancamos y pisamos Lima.

Me gustó Bolivia, lo recomendaría, es más, lo recomendaré en el periódico en el que trabajo (El Comercio), pero solo como experiencia. Porque las personas tienen que ir a conocer su continente, el mundo que habitan y Bolivia debe ser un lugar de paso obligatorio, sin embargo, el trato que te dan muchos bolivianos, hacen que no te den ganas de volver. Me encantó Bolivia, sus paisajes, más no muchos de sus pobladores. Es para ir, pero solo una vez. Antes de viajar ahora, pensaba tomar como parte de mi ruta de mochilero por Sudamérica, que haré en los últimos meses del año, a Bolivia, pero ya no. Prefiero irme por Chile. Aunque los chilenos, por lo que me han contado amigos que han pasado por la frontera, tampoco son muy amables. Ya no quiero ver más bolivianos, ni toparme con las personas que tratan mal a los demás.

Espero que esos maltratos no continúen en las fronteras ni en los aeropuertos de ningún país, ya que son los puntos donde deben estar las personas más capacitadas, que sepan recibir y despedir con amabilidad a los visitantes que están haciendo que entre más dinero y que se haga más conocido su país. Por mi parte, de turismo, no volveré en un buen tiempo a ese país. Algo que me da pena, pero prefiero sentir pena que fastidio.