lunes, 25 de febrero de 2008

¿Locura o estupidez?

Por amor se pueden hacer muchas cosas. Por ejemplo, un amigo diaria y cristianamente iba a visitar a su enamorada. Desde Rinconada, su casa, hasta Magdalena, el aposento de su chica. Ida y vuelta. Los siete días de la semana. No trabajaba. No tenía carro. Por ende, se iba en combi. En realidad, se volvió un héroe. Desde el Ejército caminaba hasta Pershing, tomaba un micro que llegaba hasta Cieneguilla y se bajaba en la entrada de su condominio. Una vez ahí, si era muy tarde, tenía que caminar unos 30 minutos para llegar a su casa. Si era temprano, tomaba un colectivo por un sol. Todo el trayecto le salía 1 hora y 30 minutos sin tráfico y con colectivo. Con tráfico y sin colectivo, podía llegar a las 2 horas con 30 minutos. Ida y vuelta, cinco horas. Después de eso, yo quise superarlo, intenté algo con alguien que vive cientos de kilómetros de mi casa, en Huánuco. Lo mío no fue por amor, fue por locura y estupidez. Dos cualidades que sobran mucho en estas épocas.

Cuando era testigo de las continuas hazañas de mi amigo, me prometí no enamorarme ni gustarme ninguna chica que no viviera a unos 15 kilómetros a la redonda o 30 minutos de camino desde mi casa. Pero con ella cambió. Me cagó, bueno, yo comencé manchado.

Hace unos 8 meses me fui de viaje a Pucallpa. Conocí a una chica que me impactó. Recuerdo ese fin de semana, y no sé por qué tan fuerte fue el golpe. Ella vivía en Huánuco, yo en Lima. De la capital hacia allá son 9 o 10 horas de viaje. Desde ese fin y durante dos semanas, la llamaba todos los días. Nos quedábamos hablando mínimo 45 minutos. Por supuesto que ella solo lo hizo una vez. Nos mensajeábamos buena parte del día, es decir, me estaba ilusionando jodidamente. Y como todo era más complicado, más romántico me pareció (qué imbécil pude ser!). Ella viene todos los veranos a Lima. Huánuco no está tan lejos, me voy durmiendo y llego allá despierto. Me iría a verla cada 15 días. Todo lo había planificado al milímetro, tratando de eliminar cualquier contra. La mente te engaña, cuando quieres algo, te crees Superman. Y yo era Superchino. El que superaba cualquier traba. Creo que la traba era mental. Y yo era el bache.

Y bueno, como no la veía, decidí ir. Tomé mi bus GM por 45 soles en buscama. Salía viernes en la noche y estaría en Lima el lunes a primera hora. Todo planificado. Llegué allá, me recogió en el terminal. No iba a hospedar a casi un extraño en su casa, por eso, me llevó a un hotel. Bien hubiera hecho ella en quedarse conmigo, en mi cama. Pero no, me dejó y se fue. Tenía que hacer. Nos veríamos en 2 horas. Era sábado y estaba en Huánuco. No lo podía creer. Pasó el fin tranquilo. Fuimos a tomar algo, salimos con sus amigos, a comer, a tomar, a bailar. Terminó la noche y me regresé solo a mi cuarto. Ni un beso ni un apretón. Con ella, me porté muy decentemente. No intenté nada. Un caballerito. Me puse a bailar la cocotera y mil hits del invierno huanuqueño como si tuviera una tatuaje del Grupo 5 en el culo. Todo un fan. Me veo y no lo creo.

Pero bueno, pasó todo el fin de semana y no pasó nada más. Ni la mano. Ni el brazo. Ni nada. Recorrí cientos de kilómetros por las huevas. Regresé a Lima y todo cambió. La dejé de llamar tan seguido, ella tampoco lo hizo, bueno, nunca lo había hecho, pasaron las semanas y tuve que regresar, una vez más, por esa zona del Perú. Mi chamba de viajero me llevó ahí buscando lagunas. En ese par de días que estuve ahí, ni bola me dio (qué penoso!). La busqué, pero ella nada. Ahí comprendí (demoré mucho en eso creo) lo que debía hacer. Después de eso, prometí y juré ante la Pachamama y Baco que nunca más haría más estupideces como esa. Que así sea.

viernes, 22 de febrero de 2008

¿Nos cagamos en la noticia?


Mientras iba descendiendo la cumbre, se me iba trasladando el dolor de las piernas y del pecho hacia el corazón y la mente. El dolor fue intenso y hasta ahora permanece. Una migraña intermitente pero punzante, que regresa cada vez que me acuerdo. Iba viendo el Huascarán, el nevado más grande del país, derritiéndose. Sin muchos metros menos de hielo que hace 20 años. Todo se esfumó. Con mucha pena.

Han pasado cuatro meses desde que pasé por esa situación y no dejo de pensar en ello. Fui a hacer un trekking por Punta Unión en Huaraz. Todo lo que sucedió durante los primeros cinco días quedan para la anécdota cuando nos damos cuenta de la magnitud de las consecuencias de nuestra insolencia, descuido y negligencia. El mundo se está acabando. Ya no de a pocos. Sino rápidamente y sin marcha atrás.

No quiero pecar de sensacionalista ni cliché. No pretendo serlo. Pero una lágrima fue cayendo por mi mejilla, sin que nadie se diera cuenta. La iba tratando de borrar con la mano derecha, pero no podía, tenía destino final: el fondo de la tierra. Esa lágrima cayó. Y seguía sin comprenderlo. Solo sintiéndolo. Hasta ahora. Perdón, no soy de hielo.


Personaje de comercial

Oe, ya pagaron.
Es fin de mes, pagaron ya!!!.
Te invito a un chifita y luego alguito más!!
Vámonos al cine y luego a tonear.
Es fin de mes, pagaron ya!!
El estrés hay que botar. Toditas al spa.
Hoy decoro el depa!!
Es fin de mes pagaron ya!!

Han pasado seis años desde que ingresé, a la buena o a la mala, a la PEA (Población económicamente activa). Debería estar orgulloso, bueno, sí lo estoy. Vivo solo, me pago mis cosas, no dependo de nadie (solo de mi centro de labores) y soy medianamente libre. Antes no llevaba tarjetas de crédito en la billetera (bueno, cuando tenía billetera), mi efectivo no superaba los 30 soles (más que esa cantidad, ya me sentía rico) y mis almuerzos tenían que ser los básicos de la universidad (que en cada ciclo subían 10 céntimos. Imagínate, llegar después de las vacaciones y ver que tu menú ya no estaba 3 soles, sino 3.10, después 3.20, hasta 3.30!!! Toda la universidad se levantaba ante semejante hecho). En cambio, ahora llevo tarjetas de crédito que me hacen más pobre cada día (y cada hora). Ya no tengo ni para llevar 10 soles en la billetera. Si los llegara a tener, desaparecerían fácilmente. Puros recibos y vouchers. Los 3.30 soles que llegó a costar el almuerzo en la universidad, me serían muy útiles en estos momentos. Cuando llega la 1 de la tarde, me voy a la cafetería de la chamba, pido mi comida y lo cargan a la cuenta. Pago a fin de mes. Como ven, todo ha cambiado.

Vivía ajustado, pero bien. Me daba mis gustos. Me metía borracheras con 30 soles (incluidos taxis). Todo lo contrario últimamente, ya que gasto varios dígitos más cuando salgo. No me importaba tomar micro a cualquier hora del día (si pasaban a las 5 de la mañana, no dudaba en subir). Ahora estoy obligado a venir al trabajo en combi (antes de dormir separo mi sol en el canguro y listo). Antes, vivía el día a día sin mayores preocupaciones. Ahora vivo el día a día con más deudas. En la época universitaria, sabía que si me faltaba el dinero, solo tenía que poner cara de perro arrepentido y pedirle dinero a mi madre (si no atracaba por las buenas, era por las malas, se descuidaba y la cartereaba). Entonces, el dinero no era mayor preocupación. No entiendo. Recuerdo que me compraba zapatillas a cada rato. Ahora espero a que se hagan hueco para cambiarlas. Podía irme a comer a donde quería (durante mucho tiempo lo hice, sin embargo, desde hace un par de meses, viendo mis cuentas ensangrentadas, solo me queda mirar por el ventanal de Bohemia como la gente come a placer). Estoy hasta más ajustado que antes.

Cada fin de mes, sufro. Toda mi quincena desaparece en menos de 10 horas. Cada mes que pasa tengo más deudas y ahora solo espero ser como el protagonista de la propaganda del BCP. No puedo hacer todo lo que él hace en un solo día y eso que yo también tengo mi credimás.

Hoy no voy al cine,
y menos a cenar,
llego triste al depa,
y me siento en el sofá….

lunes, 11 de febrero de 2008

Cuento chino

Me regresaba de la playa. Apenas habían pasado las 6 de la mañana y tenía a cuatro borrachos en mi carro. Un Nissan Sentra del 91. De esos cuadraditos. Plateado con un par de raspones por ambos costados. Todavía funciona muy bien, pero yo no me quería regresar. Me quería a quedar a dormir en la playa. Ellos no. Una tenía que hacer, otra simplemente necesitaba dormir en su cama, la tercera estaba inconsciente y el cuarto era un colado, un gordito tetón, con peinado de un Menudo de los 80, antipatiquísimo y recontra gilerín. Quería levantarse a las tres, felizmente yo no llevaba pelo largo, porque también perdía. Felizmente, nadie le hizo caso.

Yo manejaba. A mi costado estaba la dormida. Atrás, algo muy patético. No lo podía creer. Al lado de una de las ventanas estaba la que quería dormir en su cama. Ebria sacaba su cuerpo por la ventana y exigía, a la inconsciente, que iba como copiloto, que ponga Bjork a todo volumen. No comprendía. Mientras tanto, el tetón, en la otra ventana, se arrimaba cada vez más a la que tenía que hacer temprano. Ella, en medio del antipático y la ebria, con cara de confusión, no sabía qué hacer. Solo atinaba a darle más cuerda a las sandeces del varón que tenía al lado.

Seguí manejando. Trataba de hacerlo cada vez más rápido para dejarlos a todos en su casa e irme a dormir. Felizmente todos estábamos en la ruta. No había problema. Cuando me percaté, la ebria ya no tenía el cuerpo fuera del carro; el gordo le hablaba a 12 centímetros de la cara a la confundida mientras le hacía "piojitos" (para los que no saben, es hacer cariñitos con la yema de los dedos sobre la cabeza de la otra persona) a la ebria ya tranquilizada. La confundida, continuaba confundida. La dormida, también, en el mismo sueño. Y yo que no veía las horas de llegar a mi cama, o de meterme a la ducha. Al mar hubiera sido mejor.

Felizmente, a los 15 minutos ya estábamos entrando a Chorrillos. Solo faltaba cruzar todo el distrito, bajar a la Costa Verde y subir en Miraflores. Ah, me olvidaba. El tetón no vivía en Miraflores. Quería que lo dejemos en San Borja. Me negué. Bueno, se me olvidó intencionalmente. Me tendría que agradecer, ya que yo lo quería bajar en Conchán, en honor a lo bien que me cayó. Y los demás andaban en casi las mismas. Los piojos seguían revoloteando los pelos de la alcoholizada mujer. Ya no eran 12, sino 10 los centímetros que separaban los rostros de la confundida y el rellenito. La dormida, ya en otro estado, podía cambiar los discos de la radio. Lo que ella no sabía, era que se iba a quedar en mi casa (para los sapos, la continuación de ese episodio, la escribiré en otro cuento). Y yo me había prendido el primer cigarro dentro del carro.

Los fui dejando poco a poco. Primero a la confundida, que se bajó con un más desorbitado gordito, después a la borrachita y, finalmente, llegué a mi casa. Abrí la puerta y la somnolienta copiloto se echó rápidamente en mi desordenada cama que era cubierta por mi cubrecama de militar y me dijo: solo vamos a dormir. Sí, está bien. Como tú digas. Solo dormir.