martes, 18 de diciembre de 2007

¿Y en dónde se quedó el perrito?


Una crónica alegre de una carrera de polos amarillos...

Empecé corriendo...
Continué haciéndolo...
Fue hace un año...
Y terminé llorando...

Al final de la carrera me sentí bien con aquello de "lo importante es llegar" en la competencia que miles de personas corrieron en simultáneo en las principales capitales de América, y sí, llegué, unos 20 minutos después del primero -al que ni le vi la espalda-, pero lo hice. Llegué bien temprano al estadio municipal de Miraflores, el punto de partida. Eran las ocho. Centenas de personas calentando, estirando, hasta en plena sesión con kinesiólogos. Estaban los Perú Runners e infinidad de grupos que se preparaban con total seriedad para la competencia. En medio de la multitud estábamos César Omar, un amigo mexicano, y yo. No estirábamos ni nada, solo conversábamos. Sabiamente le dije: "Yo te sigo el paso".

Km 1
Comencé muy bien. Delante tenía a cientos de personas, pero no había problema, pues todo estaba cronometrado gracias a un chip que todos llevábamos en las zapatillas. Tecnología de punta que traía Perú Runners para la carrera Nike 10K. Primera vez que se veía en el Perú. César, al lado mío, marcaba el paso. Un detalle: me prometió ir despacio, pero cada cuadra que pasaba yo sentía que aceleraba.


Km 2
Lo primero que hice en esta etapa fue pasar a la bella Maju. La ex Miss Mundo estuvo unos segundos al lado mío. Qué felicidad. Éxtasis tremendo. Debo reconocer que me quise quedar más tiempo a su lado, momentos como ese no pasan todos los días. Pero ella a las justas me miró y César ya quería ir más rápido. Obediente, me alejé de ella, pero algún día regresaré, te lo prometo.


Km 3
Había agarrado ritmo. Mi respiración era constante e iba mejorando. Cada vez me iba sintiendo mejor. En el malecón, decenas de personas alentaban a los atletas (qué orgullo, me sentí uno de ellos). Pasaba a niños, señoras, ancianos, jóvenes, nadie se salvaba de mi fuerza, potencia y velocidad. George Forsyth, el arquero de Alianza, me pasó. Él andaba tranquilo.

Km 4
Mis fuerzas iban decayendo. Me dolían los brazos pero sentía que podía seguir. Cuando me di cuenta, César, mi amigo, me dejó. Le perdí el rastro. ¿Dónde estará? "¡César! ¿César? ¿Cesitar?" (me dejó), grité con una bocanada de aire que tomé en ese momento. Error fatal. Lo mejor era dejarlo ir. No podía gastar nada de aire ("este mexicano rechu...", pensé).
Opté por seguir a mi ritmo. Las batucadas y las comparsas que marcaban cada kilómetro (qué buena idea fue esa) me alentaban a continuar.

Km 5
Las casetas rehidratantes empezaban a verse y una tras otra se me hacían más necesarias. Aunque en vez de tomarlas se me chorreaban en la cara. Primero Apple Ice, a continuación Limon Ice, y a continuación, casi en simultáneo, Mandarina y Limón. Así no era divertido. Algo entraba en mi boca y seguía. La consigna: no parar. Por acá, pasé a la 'señito'. Gisela estaba tomando agua y la pasé. Me sentí privilegiado, dentro de toda la gente que pasé, lo hice sobre dos de las mujeres más codiciadas del país. Y recién iba por la mitad (pero yo sentía que faltaba mucho más).


Km 6
Más personas aplaudían pero no era a mí. A este humilde servidor muchos lo empezaron a pasar. Sentí que todo me pesaba un poco más. Pero avanzaba. No paré en ningún momento. Traté de animarme con los grupos de música que estaban repartidos en el camino regalando adrenalina a cada metro miraflorino. En algunos metros lo hice, mientras que en otros, prefería ni verlos.


Km 7
En este momento, me comencé a sentir mejor. A trotar con más ritmo y a tomar los rehidratantes con más frecuencia (ya no se me chorreaban). Otra vez empecé a pasar a la gente, uno, dos, tres, cuatro, todos, muy probablemente, me doblaban la edad, pero los pasé. Que nadie dude de eso.


Km 8
Las piernas no me dolían, el corazón lo sentía a un ritmo adecuado y todo andaba de maravilla. Sin embargo, ocurrió un hecho peculiar, al que no sé si sentirme bien o mal por ello. Me pasó un perrito. Sí, un poodle, al que ni siquiera quise preguntarle su nombre. Cruzó junto a su dueño con mucha elegancia. Este can a las justas me miró. Me adelantó con pana y elegancia.

Km 9
Esto no acaba nunca. Todo me pesaba. Una señora, de base cinco, con todo el respeto que se merece, estaba 'fresh' al lado mío. No quería dejarla escapar. Mientras más me esforzaba por dejarla atrás, ella aceleraba más. Finalmente, la pasé.

Km 10
Tuve que darle toda la vuelta al estadio. Creo que fue un final feliz. Terminé en 57 minutos y 14 segundos. Descansé (hasta que mis piernas dejaron de temblar), estiré y fui a recoger mi medalla. Me voy: a corazón contento, piernas destrozadas.

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