sábado, 26 de septiembre de 2009

Única conexión


En mi último día en Lima. Ayudándome a empacar.


“La vida está en todas partes, la vida está en nosotros mismos y no fuera de nosotros. Junto a mí siempre habrá seres humanos, y seguir siendo hombre entre los hombres y seguir siéndolo siempre, sin envilecerse por ninguna desgracia o perder el ánimo, es en lo que consiste la vida, es su obligación. He tomado conciencia ahora de ello. Esta idea ha penetrado en mi carne y en mi sangre”.
- Fiodor Dostoiesky -


Después de 3 años viviendo solo, regresé a vivir con mis papás durante un par de meses, tiempo suficiente para subir cuatro kilos y compartir tiempo juntos antes de mi viaje hacia Londres. Cuando me fui, en la familia éramos 4 y aún quedaba mi hermana en casa. Cuando regresé, ella ya se había ido, tenía su propia casa junto con su esposo y el engreído de la familia entera: Santiago; es decir sumamos dos más: 6. Pero este nuevo pequeño compañero sonriente y rico totalmente apetecible como para morderlo todito vivía prácticamente con mi mamá de lunes a viernes (me refiero a Santiago, no a mi cuñado, él no está apetecible). Mi hermana lo deja todas las mañanas. A las 8. Y lo recoge todas las noches. A las 8. La casa era otra. Llena de juguetes, con mesa para el bebé, con coche para el bebé, con una bañera especial para el bebé, con pañales (definitivamente para el bebé), biberones. Mi mamá, antes de que nazca Santiago, tenía su casa lista para recibirlo. Inclusive estaba más lista que mi hermana y Christian, mi cuñado.
Entonces, cuando regresé a casa a vivir, la atención de todos era hacia Santiago o Ajunchey, su nombre en chino y que mi mamá adoraba mencionar. Me encantaba ver a mi mamá recontra feliz con su primer nieto, me gusta que se comprendan a la perfección. Trata de entretenerlo lo más posible. Le silba cuando le da el biberón y le repite infinitas veces Ajunchey, con un tonito que la verdad al inicio no me agradaba mucho, pero que al final logré querer y comprender. Las muestras de amor deben ser libres. Le cuenta hasta 3 como para que arranque esa carrera a veces vertiginosa y otras paciente del biberón. ¡Se toma 5 biberones diarios! Le dice todo el día que es lindo y suele recordarle a todo el mundo lo parecido que es a mi papá. “Oh las orejas del abuelo”. Ella es la más emocionada. Aunque mi papá, seco como un chino tradicional pero tan bueno como él solo, tampoco puede ocultar el brillo de sus ojos cuando lo mira y lo carga.
Mi mamá, hasta para pedirle el ‘chanchito’, lo hace gracioso. Su propósito es mantenerlo feliz todo el día. Y lo logra en cada instante. Le hace reír, le cuenta chistes, le silba, lo mueve, lohace domir, le da de comer, todo con una vitalidad que una madre muchas veces no tiene. “A esta hora (5:15 pm) se pone como loquito”, me dice. Lo conoce. Y él también a ella. Lo deja un rato. Él aguanta. Pasan 30 segundos, no aguanta más. Llora. Ella voltea y va a socorrerlo.
- ¿Oye a ti te deberían pagar?
- Ella solo ríe y va por él. Feliz.
En las mañanas, cuando salía de mi cuarto e iba a la cocina por algo de tomar, nos quedábamos mirándonos, ninguno decía palabra alguna o sonido alguno, como tanteando quién haría la primera risotada para que empiece el primer juego del día. A veces él me miraba, se retorcía de la risa y pedía ser cargado. Sin embargo, en medio de los juegos, la buscaba, se volteaba, miraba de reojo para sentirse seguro de tenerla cerca y si la encontraba, la hacía partícipe de la risa. “Putttt”, me hacía con la boca, me siento orgulloso, eso yo se lo enseñé.

Mi mamá le huele el potito cuando parece que se ha hecho la caquita. “Pu-put (imitando el sonido del pedo)”, “chow-chow (huele feo en chino)”, así le dice cuando ella cree que se ha hecho. Él parece entender, porque se echa, levanta las esas piernecitas blancas y regordetas, y se deja limpiar todito, sin alguna molestia.
Le hace de todo para que él la pase bien. Como pintarse una carita feliz en la palma de la mano o decirle cada 3 minutos: Ajunchey, acompañado de saltos, risas y los gestos indicados para hacerlo reír como nadie puede hacerlo. Ella se va, él se mueve, patalea (porque ya quiere caminar) y ella regresa. Mi mamá le hace muecas desde la cocina y él, echado en el coche, le responde, le juega, se ríe. Cada día me sorprende más esta relación. Se aman con pasión y locura. Ella le sigue haciendo muecas desde la cocina y él se revuelca con una risa que parece tos.
Por momentos Santiago me miraba, se reía, pero no tanto como con ella, porque con ella salta, mueve todo ese cuerpecito, patea de felicidad. Y a mí solo me quedaba decirle: “Pufff”, “Brrrr” o “Aeaea”, sacarle la lengua y hacer mi mejor esfuerzo hasta terminar con el polo mojado y con los brazos acalambrados. Mientras que mi madre, su abuela, con su solo guiño es capaz de robarle una preciosa sonrisa para la foto, esas que miro cada cierto tiempo para yo también reír.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

que cague risa brother
me he alucinado todo lo que has vivido
genial

Anónimo dijo...

acabo de leerlo y solo puedoo decir que me emocionado a morir, amo a tu sobrino !!!