viernes, 11 de septiembre de 2009

En vías de la perdición

No les hagamos perder la ilusión. Foto: Jack Lo

Mientras que uno de nuestros más importantes embajadores en el mundo, Mario Vargas Llosa, declara desde España que sigue creyendo en la política o sino no seguiría escribiendo sobre ella, yo cada vez voy sintiendo lo contrario. Siento indignación, pena, cólera, desesperanza y mucha tristeza. Me da rabia estar convencido de que nosotros seremos parte siempre de un país en vías de desarrollo o mejor dicho tercermundista; además de ser abrazados por un continente en vías de la perdición. Lo vemos en todos lados, en la calle, en la televisión, en los medios de transporte, en nuestros gobernantes, en nuestras familias, en nuestra gente. Europa, un continente con muchas limitaciones geográficas, mentales y de todo tipo, anda pensando, a pesar de todo, en cómo hacerles más fácil la vida a sus habitantes, cómo crear desarrollo. Sudamérica, en cambio, un continente supuestamente llamado a ser el futuro del planeta por su riqueza natural, vive día a día pensando cómo cagarle la vida al vecino. En vano durante el 2008 no se han gastado 38 mil millones de dólares en armas. ¿Para qué? No lo sé, para mí es incomprensile. Pero sí sé: es parte de nosotros, el aniquilamiento.

Desde cosas tan sencillas. Nos jode tanto cuando a alguien le va bien. Nos jode tanto cuando alguien piensa distinto. Nos jode tanto cuando el otro se viste diferente. Nos jode tanto cuando otro se cambia de auto. Nos jode tanto cuando vemos a alguien capaz en el trabajo, que hacemos todo lo posible para meterle no solo cabe, sino una patada en la sien, y bajárnoslo para no tener sombra. ¿Por qué no mejor uno superarse y tratar de competir para ambos ser mejores? No, eso nos jode. Nos jode tanto. Nos da tanta felicidad cuando a un mozo se le caen los platos, que hasta aplaudimos. Nos alegra tanto cuando a tu amigo no le salieron las cosas y le pedimos a Dios que nos pase primero a nosotros y después a ellos. Nos alegra tanto. Reímos hasta extirpar la faringe cuando vemos a una persona ebria en el piso y ni se nos ocurre ayudarla, es más, si podemos patearla, mejor. Nos da lo mismo cuando al que está a tu lado en el paradero le roban, que ni gritamos para pedir ayuda. ¿Debería ser así? ¿Deberíamos solo fijarnos en el otro cuando nos conviene o cuando queremos hacerle mal? ¿Tenemos alguna noción de lo que significa el bien común? ¿Estamos conscientes que si logramos el bien común podemos empezar a desarrollarnos de una vez por todas? ¿Estamos conscientes de que si al que está al lado tuyo le va bien, es muy probable que a ti también?

Sigo desilusionado de la política. Porque esta lamentablemente es y será la responsable de nuestro cada vez menos prominente futuro como sociedad. Cada vez es más sucia. ¿No parece ridículo que se pida transparencia en los gastos de nuestros congresistas (Padres de la Patria) y que existan claros e innegables vínculos con el narcotráfico o con empresas que manejan el país (algo que no es nuevo)? Sigo desilusionando porque los medios de comunicación también siguen siendo manejados por los poderes que no están relacionados a la tan añorada democracia. Sigo desilusionado.

Se me parte el alma cuando me choco con la realidad. Me partí en pedazos cuando en un pueblo de Huánuco llamado la Unión, me crucé con Aurelio, un niño de 12 años que no sabe ni leer ni escribir. Ni sumar ni restar. La única palabra que sabía era hambre, además de papá y mamá, a los que tenía que ayudar todos los días desde las 5 de la mañana en el campo o sino no comían. Se me partió el alma cuando Cristinita, una huaracina preciosa y chaposa, me pidió unos cuantos caramelos para endulzar sus días al lado de su flaca vaca. Pero igual se me partió el corazón al conversar con Zinnia, una niña de 10 años, que está aprendiendo a valorar el planeta, gracias a los trabajos bien planificados que hace la ONG Ania en el Callejón de Conchucos. Ella quiere ser profesora y le brillan los ojos cada vez que lo dice. Gracias a estas iniciativas privadas es que dan ganas de seguir avanzando. No gracias a la política, sino a estas personas que creen que si se puede y trabajan sin importar lo que haga el Estado mientras que este no se meta con ellos. Empecemos a trabajar, importándonos realmente por el otro, sin necesariamente creer en la política, que es la que nos está dejando en donde estamos.

La parábola del cangrejo. Un joven chileno cazador de cangrejos, extenuado y contrariado, veía cómo al otro lado de la frontera, su colega peruano recogía e iba colocando a los crustáceos en su canasta con una tranquilidad inusual. Mientras que él, no podía dejar su canasta sin tapa porque se les escapaban. El peruano iba y venía y no se inquietaba por nada, tan solo llenaba sus canastas. Entonces el chileno, cansado de tanto traginar, cruza la línea para preguntarle su secreto al peruano. Este le responde muy sencillamente: "mientras los tuyos salen muy fácilmente, los míos, muy peruanos ellos, se jalan de las patitas y al final nadie sale".

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