miércoles, 10 de febrero de 2010

Tarde de Play

¿Alguna vez te han cogoteado? ¿No primo, no? ¿Pero sabes lo que es? Cuando te cogen por atrás, te chapan el cuello y te presionan hasta desmayarte. Pues yo cogoteaba en la Plaza San Martín, ahí pues, donde están los chibolos que se los levantan los cabros de mierda. ¿Conoces, no? Puta que en mi época yo mandaba ahí con mis causas. Era chibolo, pero siempre fui grandazo, así que me tenían respeto. Cagué a varios pero una vez me pasé primo. Ahí creo que la cagué.

Cuando Mirko conversa no para, se pregunta y se contesta él solo. Hace muecas. Mueve todo su cuerpo al compás de su boca. Sus largos pelos rastas, que lo hacen creerse Sansón, giran y rebotan en su cabezota encargada de administrar 140 kilos de humanidad repartidos en casi dos metros de largo. Se jala los mocos, escupe al piso, tose al aire. Se arremanga el polo, dejando ver el inmenso tatuaje de trivales y personajes raros que tiene en todo el brazo derecho, desde el hombro hasta las muñecas. Se prende un huiro para embalarse y jugar Play Station. Dice que me va a ganar y me recuerda los últimos partidos que jugamos la semana anterior con una emoción infantil. Cinco, cero. Cinco, cero. Así te voy a hacer cuando te salude, me dice con una sonrisa pendenciera. Levanta su mano derecha, abre su gigante palma y la mueve de adelante para atrás, de arriba hacia abajo. Haciendo notar claramente los cinco goles que me metió la última vez cuando yo ya me estaba quedando dormido. No para de hablar. Cuando voy a su casa a jugar, tan solo lo escucho, haciendo a veces de moderador de su monólogo. Dándole las pautas de lo que me interesa saber.

¿Unas chelas?, le pregunto a mi anfitrión. Él nunca dice no. Y yo, como buena visita, saqué las chelas de la refri. Mirko tomó la lata de Stella Artois, la abrió con un solo dedo, se la puso en la boca y dejó caer la mitad de la lata de medio litro dentro de su garganta, como si fuera un embudo. Terminó con un grito de placer, eruptó, pidió disculpas (yo no sé ya para qué pide disculpas si lo hace siempre) y cogió su control del Play Station. Lo miré, sonreí y pensé en voz alta. Cómo me gustaría embriagarme un día de estos, acá nunca lo he hecho así furibundamente, aunque ya no sé en realidad si me guste tanto hacerlo, pero una vez en Londres no haría daño. ¿O no? Él me miró y lanzó otro erupto, uno de los más consistentes de la mañana, que se estampó en mi cara junto con el placentero olor a leche y pan con huevo de su desayuno y me dijo: pocas veces en mi vida he estado borracho. (Qué pasaría si se emborrachara más seguido, qué tales eruptos carajo, son tan fuertes que marean) Como en todos lados me querían sacar la mierda, si estaba borracho no la hacía. Me sacaban la mierda. Siempre he parado en la calle, desde chibolo, he vendido lapiceros, tarjadores, linternas, encendedores, de todo lo que te puedas imaginar en los micros en la avenida Abancay. Así que siempre supe cómo cuidarme. Me drogaba, harta pasta, crack, combinado, ganya, terocal, ácidos, qué no me he metido. Me he metido de todo y también he parado mucho en centros de rehabilitación.

Pero retomando, ¿no te había contado que una vez maté a un tombo? No, le respondí y me acomodé en el sillón para escuchar atentamente uno de sus relatos, los que suele contar con mucha emoción. Prendió otro huiro y mientras aguantaba el humo en sus pulmones, se puso a hablar como ahogado. Estaba pasando cerca al Bolivar, eran las 7 de la noche y mi causa Pepín había cerrado a un cabro que había ido a levantarse chibolos. Lo tenía ahí, contra la pared, entonces yo pasé y le silbé para ver si necesitaba ayuda, me hizo una mueca y de frente, sin roches, pum, al cuello, pa, como debe ser. Pero se puso bravo el compare y empezamos a hacer fuerza. Yo siempre fui grandazo primo, así que no me iba a cagar. Se me iba para adelante, para atrás y se puso medio jodida la cosa, así que lo apreté más fuerte. Lo dormí. Le abrimos su billetera y vimos la placa de tombo. La cagada, robamos y nos fuimos corriendo. A los 20 metros giré para ver si se había despertado, pero nada, seguía tirado, no despertaba. Tú sabes primo que cuando te duermen quitándote el aire tienes 20 segundos para despertar, si no lo has hecho, estás cagado. Si no sabes cogotear bien, se te puede pasar la mano, como a mí esa vez, y cagar a alguien. El huevón nunca más lo vi levantarse. Corrí un poco más, volví a girar, seguí corriendo, volví a girar, hasta que empecé a correr más hasta perderlo de vista. Nunca despertó. Por lo menos yo no lo vi pararse.

- - ¿Cuántos años tenías?
- 17.

Cuando era chibolo la he cagado muchas veces. Me mechaba y no me importaba mucho a quién tenía enfrente, pero una vez un tío me dijo: “oe comparito, ten cuidado, porque desde que los fierros se inventaron, las fuerzas se igualaron”. Me cagó. Puta primo, yo cuando vaya a Lima tengo que estar bien atento, no puedo ir por cualquier lugar, porque sé que me están buscando, en Chorrillos, en Barrios Altos, en Maranga, en Barranco. Me quieren dar vuelta. Y todo por flacas. Las flaquitas me buscaban y yo nunca aflojaba. Y algunas de estas tenían macho. A uno le saqué la entreputa en el Dragón. Le saqué la conchadesumadre, pero la conchadesumadre. Se ríe. Lo cogí desprevenido, con una banca, pero todo vale pues. Ese huevón, a la semana siguiente, me siguió con fierro primo por todo Chorrillos. La gente me saca al toque, yo no paso desapercibido en ningún lugar, mi pelo, mi cuerpo, mi voz.

Le metí el primer gol. Me agarraste desprevenido, yo que te estoy contando mis historias y tu causa te me aprovechas. Ya fuiste. Zlatan (Ibrahimovic) te hará parir. ¿Y nunca has matado a nadie más? ¿Cómo sabes que está muerto?, le pregunto curioseando, como quien no quiere la cosa, acerca del supuesto policía. Yo creo que está muerto, he visto muchas cosas de esas y años después me detuvieron porque estaban buscando a un sospechoso de homicidio con mis características, al final safé rápido, tuve suerte. Pero después de él, no primo, creo que no he matado a nadie más, le he sacado la mierda a gente, con piedra, cuchillo, con sillas. Compare, cuando tú te mechas, vale todo. Eso de caballeritos para los cabritos. Coge lo primero que veas y tíraselo en la cabeza. Que yo sepa no he matado a nadie más, pero no me sorprendería que alguno haya pasado a la otra. Si te contara todo lo que he pasado, tendría para hacer un libro. ¿Qué te parece si yo te cuento y tú lo escribes? Ahí está. Tú puedes hacer mis memorias y nos hacemos millonarios. Desde que lo conocí, limpiando baños en la madrugada, al igual que yo, me dice para que escriba sus historias. Siempre me río y siempre le digo que con un libro es poco probable que nos hagamos millonarios. Pero él insiste obsesivamente, sin hacerse el macho como cuando golpea, sino el niño como cuando juega.

1 comentario:

cafiofepa dijo...

Porque no? quiza no terminen millonarios pero podria salir algo muy bueno de todo esto...